Sé como un árbol
Por: Beatriz Magdalena
La naturaleza se rige por la selección natural, la ley del más fuerte, en dónde sólo los individuos más aptos son quienes sobreviven y en el caso de las plantas no hay excepción alguna.
Dependiendo del tipo de planta y del lugar en el que ésta viva son más complejos sus métodos de supervivencia. Por ejemplo, los árboles que habitan en las zonas montañosas, donde normalmente es mucho más marcado el cambio de estaciones, realizan un proceso muy interesante en cuanto al ahorro de sus recursos: Al llegar la primavera con la lluvia y el sol, los árboles absorben toda la luz que les es posible, realizando el proceso de fotosíntesis a una mayor velocidad que en cualquier otra época del año, lo que provoca que durante este periodo, sus hojas se tornen de un color verde brillante y que incluso se vean mucho más tupidos, dado que comienzan a brotar todas las hojas posibles en las ramas.
De igual forma, gracias al agua que reciben durante la época de la primavera el tronco del árbol comienza a notarse verde, pero no cualquier verde, sino un verde vívido, húmedo, brillante.
Durante el verano, el árbol sigue absorbiendo la mayor cantidad de luz y de agua que le es posible, ya que una vez empezando el otoño, los días se volverán más cortos de lo normal, provocando así que haya menos luz solar y por lo tanto, el proceso de fotosíntesis (por medio del cual el árbol se alimenta) sea mucho menos eficiente.
Una vez llegado el otoño, las hojas del árbol comienzan a tornarse de un café escarlata o amarillento, ello debido por un lado, a la falta de luz solar y por el otro, a un proceso que realiza el árbol que tiene por objeto el ahorro de nutrientes para el invierno. Para el árbol, deshacerse de las hojas de su follaje es deshacerse de aquello que no es indispensable para él, ya que aunque dichas hojas son incluso hasta mucho más estéticas a nuestra vista, para el árbol constituyen un mayor gasto de nutrientes, mismos que una vez llegado el invierno necesitará para sobrevivir, especialmente si se trata de aquellos tipos de árboles que habitan en los lugares en donde deja de haber luz solar completamente, como es el caso de aquellos que crecen en la tundra cercana al polo norte.
Llegado el invierno, el árbol comienza a deshacerse de las pocas hojas que le quedaban por la misma razón: para ahorrar agua y nutrientes; la cantidad de hojas de las que el árbol se deshace depende del lugar en el que éste crezca, aquellos propios de un clima montañoso o donde haga bastante frío, desecharán una mayor cantidad de hojas que aquellos que crezcan en un clima húmedo (como la parte sur de nuestro país) o templado (como la Ciudad de México).
Lo mismo pasa con los seres humanos: Cuando las personas crecen en circunstancias más áridas de lo habitual, tienden a ser mucho más fuertes y tienen la capacidad de priorizar aquello que verdaderamente necesitan, algo que muchas veces es más difícil para aquellos que han crecido en un contexto mucho más desahogado; algo que hay que aprenderle a los árboles, sobretodo a aquellos que crecen en climas extremosos, es a aprender a ahorrar recursos, a discriminar aquello que no necesitamos, a mantenernos firmes ante las dificultades tal como ellos sobreviven al invierno y de igual forma, a saber aprovechar los periodos de abundancia cuando éstos aparecen en nuestras vidas.
“Sé como un árbol“.